miércoles, 15 de junio de 2016

Relatos Negros, cerveza rubia

Con la próxima llegada de Carlos Salem a Palencia por el tercer encuentro de clubes de lectura, hemos leído Relatos Negros Cerveza Rubia, publicado por Navona en febrero de este año.

Si bien ha habido opiniones muy diversas, en lo que sí se ha coincidido es en que los relatos son muy ágiles, imaginativos y sorprendentes. Enmarcados en una atmósfera lúgubre y con unos personajes en los que el adjetivo peculiar a veces se queda corto.

No nos ha dado demasiado tiempo a desgranar el recopilatorio de relatos, pero algunos de los que más nos han llamado la atención han sido las versiones libres de los cuentos clásicos: Blancanieves, Cenicienta y las dos hadas; y los que tenían alguna reminiscencia política, ¡ay! Carlos Gardel y el Petiso... ¡Ay! Videla... qué de preguntas... y ¡ay! Franco, que los huesos no están.


Mientras esperamos al sábado para que Carlos Salem hable de su obra, os dejamos un artículo de El Mundo sobre este libro.



'Un cuento es una pelea en un callejón'
  • MATÍAS NÉSPOLO Barcelona
23/03/2016
A Carlos Salem (Buenos Aires) no le van las etiquetas. «Las usamos para no pensar», dice y con razón, porque en su caso se ha caído en el exceso: desde realismo sucio o realismo mágico urbano hasta heredero de Bukowski en castellano. Al punto de que el autor afincado en España desde 1988 acabó acuñando la suya propia y, de paso, se inventó un género como «broma» entre copas: «la cerveza-ficción».

Pero conviene tomar la broma muy en serio con la publicación de Relatos negros, cerveza rubia (Navona), no sólo porque vienen encabezados por siete principios en forma de Apuntes para una teoría de la cerveza-ficción, sino porque asegura que al mismo género ya pertenecía su anterior novela, En el cielo no hay cerveza, y otras dos de próxima publicación, protagonizadas por Poe, un outsider con mucho de álter ego también recurrente en estos cuentos.

«En la broma había una reivindicación del relato canalla con mucho trabajo detrás, pero que no se notara, y el intento de recuperar algo que parece que se haya perdido: la ironía y el humor, como si Espronceda hubiera sido japonés», resume Salem, sensiblemente indignado con el precio que se le hace pagar a quien ose provocar la risa en letra de molde. «Uno de los pocos autores que lo sigue haciendo sin pagar ese peaje es Eduardo Mendoza», protesta.

Pero no se trata sólo de hacer reír, sino «de que se te caiga un lagrimón, de ponerte cachondo, de hacerte enojar... Estoy a favor de la manipulación de los sentimientos de la cultura popular, cuando se hace con respeto», aclara el premiado autor de Matar y guardar la ropa (2008) y Un jamón calibre 45 (2011), entre otras, que se ha convertido en un fenómeno en Francia. Cuerdas emocionales que Salem toca con maestría en todos los registros, porque además de escritor policíaco, como poeta causa furor con los versos tan desmelenados como explícitos de El amor es el crimen perfecto o Follamarte, por ejemplo, ya por su séptima edición.

Sin embargo, ahora le toca el turno al relato y Salem lo tiene claro: «Una novela es un combate por el título, un cuento es una pelea en un callejón. No hay reglas, la cuestión es quién tumba a quién». De allí que en sus relatos imprevisibles y acelerados -en donde un escrupuloso sicario puede pasar por la barbacoa a un contingente completo de turistas japoneses, un respetable padre de familia puede acabar con justicia apaleado después de unas copas o un taburete de cualquier barra de Malasaña se convierte en una maldición- todo vale.

Pero cuidado que no todo es invención. «Me gusta que hayan elementos reales, porque los lectores nunca aciertan», dice Salem recordando al loco que se tumbaba en la curva de una carretera en plena noche para decir «el cielo debe estar en otra parte».

En la media docena de ocasiones que el escritor (como una cuba) lo acompañó en esa contemplación nocturna, el episodio no pasó de un frenazo y unos cuantos insultos. Hasta que cayó en la cuenta de la locura que estaba haciendo y llamó a los servicios sociales. Locura o no, porque supo tiempo después que el loco reincidente fue arrollado sin su compañía. «Primero hay que vivir y luego escribir de memoria», dice el autor que publicó su primer libro a los 47 años. «Y estos relatos representan una época bastante salvaje de mi vida», se sincera. Aunque no todas las escenas violentas, algunas de bella justicia poética, tienen un referente autobiográfico. «Los escritores somos unos cobardes que hacemos justicia sobre el papel», dispara a quemarropa.

En todo caso, lo cierto es que entre los personajes que pueblan estos relatos, como la suspicaz Lola detrás de la barra, el brutal Harly capaz de llorar sin embargo con una película te Terminator o los matones Toni y Ray, hay uno que se le parece mucho al autor: el periodista desencantado Poe, y su alias le viene de su salidas de tono poéticas en mitad de una crónica. «Representa al tipo que por capacidad podría encajar en el sistema, pero no le sale de las pelotas», dice Salem y pone distancia. «Él se cree un Rey Midas al revés, tiene miedo de ser escritor y no se permite ser feliz; yo no tengo miedo, estoy enamorado y sí me lo permito».

En suma, una seguidilla de variadas y contundentes porciones de vida, como imprevisibles pueden ser las peleas de callejón con un hilo conductor, más allá de la declarada afición por el lúpulo. «Los bares y la noche, en la que todos somos de verdad, ya sin careta», resume Salem. «Porque es la falta de amor la que llena los bares», concluye recordando aquella vieja canción de La Cabra Mecánica.

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